Pocos temas de fondo se discuten en el país y es bueno que ello esté sucediendo en este caso. Ahora bien, para que ese debate sea serio, hay que evitar las ofensas y las caricaturas. Ni Ricardo Soberón es un aliado de los narcotraficantes, ni sus detractores agentes de los Estados Unidos. Lo que hay es una antigua discusión sobre el papel de la erradicación como parte de una estrategia antidrogas.
En esa discusión, Soberón ha sostenido desde hace mucho que la erradicación solo afecta a los campesinos, que ha fracasado porque la coca ha aumentado y que, más bien, se debe desarrollar una estrategia que se concentre en interdicción, control de insumos y lavado de activos. Los que cuestionan esta tesis dicen que muchos de los que cultivan coca tienen también sus propias pozas de maceración y que sin la presión del erradicador no habrá desarrollo alternativo posible.
Hasta aquí un debate entre expertos en el tema. El asunto es ¿cuál es la política del presidente Ollanta Humala en esta materia? Después de todo, él ganó las elecciones. Como en otros temas, lo dicho da para las dos interpretaciones. Si nos guiamos por su posición “histórica”, lo lógico sería que se suspendiera la erradicación.
Así lo ofreció a los cocaleros, a los que ha llevado al Congreso en el 2006 y en el 2011. Pero, a la vez, tanto en el discurso presidencial como en la presentación del gabinete, se anunció que la reducción de cultivos ilegales continuaba, y los ministros del Interior y de Defensa se han pronunciado contra los puntos de vista de Soberón.
Me parece legítimo que el gobierno elegido decida la política que quiere implementar y asuma los beneficios o pague los costos por sus resultados. Lo que es un sinsentido es la de una indefinición, en la cual se busque estar bien con todos y se consiga lo contrario.
Terciando en el debate: para mí, el problema de las drogas trasciende largamente a la erradicación y, más aún, escapa a lo que se hace en el Perú. Se trata de un problema colosal que no tiene solución con el esquema mundial actual de ilegalización de las drogas.
Mientras estas sean ilegales y su consumo genere ganancias gigantescas al crimen organizado, no habrá Estado capaz de hacerle frente, menos aún los débiles y pobres del sur del mundo. Mientras los Estados Unidos no cambien su visión –y esto no va a ocurrir pronto– no habrá solución al narcotráfico.
Mientras tanto, los que tienen que hacer la lucha antidrogas deben optar por aplicar la contención. El narcotráfico es un cáncer incurable, pero al que hay que hacerle quimioterapia para que, al menos, no se extienda por todo lugar. Por eso la erradicación, sin solucionar el problema, no puede ser dejada de lado.