La hora de Ollanta

La República. Alfredo Yucra, premio nacional al café de mejor calidad 2010, forma parte de un reducido grupo de productores –hombres y mujeres de la comunidad de San Cristóbal– que cada día exponen sus vidas para sacar su producto desde el corazón del VRAE, en Ayacucho.

La República llegó hasta sus cafetales y recogió sus testimonios que publicaremos en un especial esta semana. La visita sirvió también para comprobar, una vez más, la ausencia del Estado en esta parte del territorio peruano. El quinquenio de Alan García poco es lo que hizo por ellos.

¿Lo hará este nuevo gobierno? Es la pregunta que se hacen los pobladores de San Cristóbal y de Santa Rosa. Ollanta Humala ha resumido su mensaje en más Estado y más inclusión social. Es la filosofía que sustenta su gestión y puede ser, también, la diferencia con los gobiernos que lo han precedido.

Su compromiso de un Estado más fuerte, con mayor presencia en la economía nacional y en las actividades productivas del país, y más cercano a los millones de peruanos sumidos en la pobreza, ha generado la reacción de quienes abogan por que el Estado siga siendo marginal. Que no toque nada, que las empresas públicas no inviertan y que todo lo dejen al capital privado o a las transnacionales.

Otros países, y no estamos hablando de Cuba, Bolivia, o Venezuela, lo hacen. Tienen empresas estatales poderosas, asociadas con capital privado, que manejan la exploración y explotación de recursos como el petróleo o el cobre.

Aquí no. Ante el anuncio de que Petroperú ingrese a una etapa de explotación y de exploración asociada con empresas privadas, se levantan rápidamente voces para decir que el experimento fracasó.

¿Es malo que las empresas públicas asuman un nuevo rol económico? Nuestra respuesta es No, evidentemente. Lo que hay que exigir es eficiencia, manejo profesional y buenos resultados. Que no se conviertan en botín de un partido político, o en agencias de empleo de los partidarios o en empresas a las cuales los directivos llegan para hacer negocios personales o de grupo.

El gabinete ministerial y los demás primeros cuadros que se anuncian como responsables del aparato estatal lo conforman personas con trayectoria de honestidad y transparencia en sus actos.

Les puede faltar, en muchos casos, experiencia política, pero estamos seguros de que son muy conscientes de la responsabilidad que asumen. El país les ha dado un mandato de cambio y de transformación que no puede ser burlado.

Es hora de comenzar a terminar con la inequidad y la desigualdad. ¿Por qué la educación pública tiene que ser de menor calidad que la privada? ¿Por qué los escolares no pueden comenzar a estudiar en igualdad de condiciones? ¿Por qué el Estado sigue indiferente frente a los niños que cada año mueren de frío o de desnutrición en las zonas altoandinas? ¿Por qué la salud pública tiene que ser una suerte de timba en donde el que no se saca el número de la suerte o no tiene padrino no es atendido a tiempo? ¿Por qué los menores siguen consumiendo agua contaminada, agua que sus padres pagan más cara que en las ciudades? ¿Por qué en lugares como el VRAE, las comunidades amazónicas o en las comunidades andinas no está el Estado?

Los desafíos para Ollanta Humala son inmensos. Y sería iluso pensar que en cinco años puedan ser resueltos. Pero sí se espera, por lo menos, que instale en su gobierno una nueva forma de hacer política.

No la del perro del hortelano sino aquella de la que hablaba nuestro historiador Jorge Basadre: que el Perú oficial se encuentre con el Perú profundo y surja, como él soñaba, un Perú de promesa y de posibilidad.

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