El Comercio. Es imposible apreciar el cacao de Tingo María sin que a uno le queden los ojos calientes (y la lengua tibia, si se anima a probar el mucílago o pulpa que tiene dentro, como una guanábana sedante).
Eso lo sabe la emocionada chef Astrid Gustche, la madrina del próximo Salón del Cacao y Chocolate en Lima, en el que participarán el próximo mes estos productores heroicos –junto con los de Tocache–; que vencieron el chantaje del narcotráfico y el terrorismo.
Y que hoy exportan desde los granos hasta los productos de chocolate orgánico más refinados. Astrid –de origen alemán y conocedora de la demanda en Europa– ha llegado hasta aquí por primera vez para rendirles homenaje. Y cómo no lo iba a hacer si esta producción de la ceja de selva peruana es calificada por las más importantes marcas de chocolates, del nivel de Barry Callebaux y Alter Eco, como una de las más finas del mundo.
Huayhuantillo es un pueblo de esta región, de 100 hectáreas, a 800 m.s.n.m. Está encaramado entre cerros que quedaron yermos luego de erradicadas las plantaciones de hoja de coca impuestas en los años 80 (en los años 60 y 70 se cultivaba café).
En un manto inmenso en el mediocampo de una canchita de fútbol –que funge de plaza de armas– hay miles de pepas de cacao que se secan por 3 días (para fermentarse luego por otros 6). Astrid es recibida como el hada de la aventura aquí. Pues Huayhuantillo es el pueblo del atrevimiento.
El distrito huanuqueño de Daniel Alomía Robles en que se asienta es el único que sigue teniendo una mayoría de cocales dispersos. Esta es la zona huracanada en que 80 familias de Huayhuantillo se decidieron a firmar, en el 2003, su participación en el Programa de Desarrollo Alternativo (PDA), financiado por USAID.
Si bien hoy toman aquí alegremente su ‘cacao sour’ (y ofrecen a sus visitantes su sorpresivo vino y aguardiente de cacao), sus pobladores pasaron penurias imborrables. Nadie lo puede contar mejor que José Aguilar, su principal dirigente, de 43 años.
Yo fui parte de lo que llaman la generación coca desde 1975. Me acuerdo que no queríamos estudiar. El kilo de coca llegaba a costar 1.000 dólares. Ignorantes, nos dedicamos a despilfarrar, todo era euforia y vicios en Pizana, Campanilla, Saposoa.
Yo solo sabía fumigar, lampear y convertir la hoja en clorhidrato. Hasta que los senderistas me mataron a dos hermanos. Tuve que huir a Tarapoto durante 10 años.
Regresé en el 2000 y con 80 familias decidimos cambiar al cacao. Los cocaleros nos insultaban, nos decían soplones. Yo era coordinador y tenía que esconderme para que no me maten. Los resultados del cacao no se veían hasta después de 4 años. Nuestra caja chica fue el cultivo del plátano.
Pero cuando poco a poco alcanzamos alta productividad llegamos a 2.000 kilos por hectárea. Ahora vienen los cocaleros de Alto y Bajo Huallaguante, Ricardo Herrera y Topa a pedirnos trabajo. Y les damos las semillas para que ellos también logren lo que nosotros: exportar a Holanda, Japón e Inglaterra. Ellos miran a sus hijos desnutridos y miran a los nuestros: están sanos.
Astrid lo escucha entre los campos delimitados como avenidas. Todavía no tendrá techo su fascinación cuando visite la planta de Naranjillo y la califique como una de las mejores que ha visto.
Cooperación optimista
Gustche es la auspiciadora de la marca Gran Inca, que es un éxito en Canadá. Ese chocolate se produce en los 2.500 metros cuadrados de la planta industrial de la Cooperativa Agraria Industrial Naranjillo, que fue uno de los polos de desarrollo cacaotero que se enfrentó al narcotráfico.
Con máquinas modernas, hoy producen 300 toneladas de grano por mes, que exportan a Holanda, Alemania y Suiza. Su presidente Rolando Herrera, de 46 años, cuenta su historia de alta tensión con la dirigente cocalera Nancy Obregón.
Yo empecé sembrando coca. Hasta que en 1998 pensé en cambiar al cacao. Sembré papaya para poder sobrevivir. Comencé con dos hectáreas de cacao, tuve la paciencia necesaria y hoy tengo 20 hectáreas. Fuimos cuatro los pioneros históricos en San Martín: Eladio Meza, Loyer Santos y Fidel Trujillo. Vivíamos en Bambamarca y Nuevo Horizonte, que hoy es la zona más fértil para el cacao en el Perú, con 2.5000 kilos por hectárea.
En los años del terrorismo nos desaparecieron directivos, nos incendiaron autos… Mis discusiones con Obregón fueron tremendas. Ella vivía a 15 minutos de mi parcela. Nunca quiso cambiar, me decía loco, era acérrima.
Hoy la gente de su zona en Santa Rosa de Mishollo me pide sembrar cacao y el 60% ya está liberado de coca. Algún día la historia dirá que Naranjillo fue la empresa que derrotó a la coca, que somos un ícono del comercio justo y la primera cooperativa en obtener un certificado orgánico.
Vamos a Tocache…
Si la historia hasta aquí es edificante, en Tocache será tormentosamente vivificante. Las historias de narcotraficantes son vastas, las de ‘Vaticano’, las de ‘Vampiro’, las de ‘Machi’, las de los colombianos.
En todo San Martín quizá ya solo quede un 20% de cocales, lo que la ha convertido en la región más químicamente pura de cacao (a diferencia de la complicada Ucayali, por ejemplo), pero no hay nadie en sus 15.000 hectáreas cacaoteras que no tenga una historia trágica.
Triunfo y agobio marcaron a Rossell Acosta, de la Cooperativa Agroindustrial Tocache, ganador del premio Cacao de Excelencia Edizion Zero en el Salón del Chocolate de París, en el 2009.
Mis padres eran cocaleros. Mi madre fue una de las primeras que cambió al cacao en 1995. “Traidora, nos vendes”, le gritaban los cocaleros. Tuvimos que ser valientes para soportar todo.
Hay un aspecto que nadie toca y es el mal psicológico por la violencia de los años 80 y 90. Eso nos queda pese al éxito de nuestro cacao, que fue considerado el mejor del mundo, de nuestro oro marrón. Y que tenemos el cacao nativo que es nuestro orgullo.
Y esto entusiasma a Astrid Gustche, su viaje es un encuentro con el origen: “Este es nuestro valor mayor: el cacao nativo, orgánico, que permitirá recuperar material genético y clonarlo. Por esto, el Perú es el único país productor de cacao que tiene Salón del Chocolate”.
Hoy la canción “Vamos a Tocache” de Miki González se baila sin ácidos, con el dulce y sensual sabor del mucílago de cacao.
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