Llego con este artículo al final de estas entregas, en el que quiero abordar un tema que bien podría haber sido materia de otra serie completa: las estrategias de policiamiento.
La razón de ser de los nueve puntos anteriores es crear condiciones para mejorar y cambiar la aproximación de la Policía a los temas centrales de preocupación de los ciudadanos en relación al crimen común y al crimen organizado. Nada de lo anterior tendría sentido si no se trabaja sobre esto y para trabajar sobre esto se necesita todo lo anterior.
Si alguien cree que éste es un menú del cual se puede escoger sólo algunos platos está equivocado. Son más bien piezas de un rompecabezas complejo, que requiere abordarse al mismo tiempo y, probablemente, con otros elementos que yo he omitido por las limitaciones de un artículo de esta naturaleza.
Insisto, nada de lo que propongo es imposible de implementar. Es difícil, sí, pero podría hacerse si hay mucha voluntad política, mucho compromiso a los más altos niveles del Estado y mucho coraje para realmente ponerlos en práctica.
10.- Cambiar la lógica de aproximación de la policía el crimen. No necesito hacer demasiado diagnóstico. En términos generales y salvo excepciones, la Policía no está logrando enfrentar adecuadamente el problema del crimen y sus diferentes manifestaciones. Ya he explicado muchas de las razones que causan esta situación. En esta ocasión simplemente quiero llamar la atención sobre dos aspectos que son centrales: uno en relación al crimen común y cotidiano que afecta a la inmensa mayoría y otra en relación al crimen organizado, que, si bien no afecta a todos, alimenta el clima de inseguridad y constituye un problema para la seguridad el Estado.
a.- Hay que resolver la relación de la Policía con los gobiernos locales. Desde hace muchos años, los gobiernos locales de muchos lugares han tenido que crear sus propias policías locales, a las que llamamos Serenazgo, para suplir la ausencia de compromiso real de la policía en la lucha contra el crimen.
Se han creado múltiples y diferentes híbridos, pero se puede decir, en síntesis, que en muchos distritos y provincias del país existen policías locales sin atribuciones reales, como las de detener o portar armas y, en el resto del país, sólo existe la Policía. O sea, en la práctica, lo que existe es un gran abandono de la ciudadanía.
Desde hace unos meses he empezado a pensar que esta situación es irreversible y que lo que habría que hacer para avanzar en el tema de seguridad ciudadana es darle mayores atribuciones a las policías locales (o sea, a los serenazgos), concentrando al resto de la Policía en funciones de crimen mayor.
Ese es el esquema que funciona en muchos países del mundo y cuya aplicación en el Perú tendría que ser muy paulatina y muy cautelosa, ya que podría traer también algunas complicaciones importantes. Sin embargo para ser coherente con mi afirmación de que es posible refundar la policía para que luche adecuadamente contra la inseguridad ciudadana, hay que darle una última oportunidad de reencontrarse con el ciudadano en los escenarios locales.
Para ello es indispensable que los alcaldes tengan un mando funcional sobre las comisarías de su jurisdicción, algo así como lo que ocurre en ciudades colombianas y que ha funcionado razonablemente bien. Allí los jefes de Policía responden en lo funcional al alcalde y administrativamente a su institución. Es decir, la autoridad define el marco de la institucionalidad local, estrategias y medidas concretas a ser implementadas por la Policía. Ello responde al hecho de que el pequeño delito tiene su racionalidad explicativa en los escenarios locales y es a ese nivel en el que puede actuar más eficientemente para prevenirlo y reprimirlo. Al ser el alcalde una autoridad que va a tener que rendir cuentas ante el ciudadano que vota, va a tener que esforzarse por obtener resultados.
Todo esto implica, además de la subordinación funcional a los alcaldes, la creación de unidades de policía comunitaria que permitan, vía el acercamiento sustantivo del policía en escenarios micro, cambiar la relación hoy día viciada entre Policía y ciudadanos.
Si las cosas marchan bien, se podría avanzar a disolver los serenazgos en el interior de la Policía Nacional.
b.- Fortalecimiento de unidades de élite de alto nivel. La otra apuesta es absolutamente contraria, es decir, totalmente elitista. Pasa por concentrar en grupos relativamente pequeños unidades de investigación e inteligencia altamente capacitadas con grandes recursos tecnológicos y que permitan luchar contra el crimen organizado.
Ya la labor de la Policía en el Huallaga usando esta modalidad de intervención ha demostrado que es el camino para acabar con grupos de crimen organizado. Hay que aprender de las experiencias, extenderlas y convertir estas unidades en otro de los gérmenes de la nueva Policía del Perú.
LLEGO AL FINAL
Sé muy bien que el desafío planteado lo largo todos estos artículos es enorme. Se trata nada menos de refundar la Policía en movimiento. Muchos dirán que es demasiado ambicioso. Sin embargo creo que es mucho peor el mantenernos en el marasmo actual, poniendo parchecitos que no van a funcionar y mirando cómo la situación empeora día a día. Es el momento de ponerle el cascabel al gato.
Nunca como en 2014 la Policía va a tener tantos recursos como los que se le han asignado en el presupuesto. Tendrá algo así como el triple de lo que se tenía cuando tuve la experiencia de estar en el Ministerio del Interior, y el número de policías se mantiene básicamente igual.
Sería entonces un crimen -adicional a los que ocurren- que se desperdicie una oportunidad tan grande como la que ofrece un Estado relativamente rico para enfrentar los cambios que propongo. La decisión está en manos del ministro Albán, pero poco podrá hacer si Ollanta Humala no está convencido realmente de la necesidad de cambios de verdad.
Basta ya de seguir pateando para adelante la solución de un problema que, justamente por postergarlo, se hace cada vez más difícil de resolver.
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