¿Quién nos cuida de la PNP?

El Comercio. El general Desaire contaba a Jaime Bayly que seis mil policías iban a patrullar Lima por Fiestas Patrias. Y luego lanzaba una advertencia: “Hay que cuidarse porque va a aumentar la delincuencia”.

El drama de la PNP está encerrado en este chiste de Carlos Álvarez.  La muerte de Wilhem Calero, un empleado inocente como usted y como yo, en manos de las Águilas Negras, ha resucitado un viejo miedo nacional, la inseguridad ante las fuerzas de la seguridad, arruinando el optimismo que festejamos el 28.

La corrupción no acaba cuando llega la policía, sino que puede empezar allí otro proceso, muy complejo, que involucra el chantaje a los delincuentes, el aviso a la prensa para la explotación mediática del caso y para su uso político, la investigación amañada a fin de que el fiscal no tenga herramientas para acusar ni el juez para condenar.

La lenidad del Poder Judicial, del Ministerio Público y de la PNP en casos de narcotráfico como los que comprometen a los Sánchez Paredes o a Luis Valdez se triangula perversamente.

Si el sistema es perverso, la corrupción hace fiesta. Por ejemplo, la reciente revelación de El Comercio sobre el cobro de 280 mil soles por el general PNP, Bruno Debenedetti, pone al descubierto otra perversidad: hacer que los jefes manejen efectivo sin rendición precisa de cuentas y que los subalternos cobren un porcentaje de las papeletas de infracción que ellos mismos imponen es un retorcimiento del principio del orden.

El ciudadano sale perdiendo. La buena policía tiene que revertir esta crisis de prestigio demostrando una voluntad de reforma profunda. No se la he visto nunca al ministro del Interior, Octavio Salazar, no se la vi ayer al general Miguel Hidalgo, el jefe de la PNP, cuando pidió investigar a Debenedetti.

Urgente, candidatos, pongan la reforma policial en sus agendas, pues este gobierno tiró la toalla reformista y saboreó la tentación de usar a la PNP como baja policía de la política, siempre a la mano para rentabilizar escándalos (y hasta inventarlos, si recuerdan a los “pishtacos”).

Por supuesto, hay un gran cuerpo policial noble y sano, mal pagado con relación a su sacrificio diario y en comparación con otras fuerzas del orden, que es la base de una reforma que cree nuevas instancias de control (el equivalente de los “internal affairs” de las películas), de descentralización (alcaldes, pónganse las pilas, que esto no es coto del Gobierno Central), que convierta gollerías como la gasolina en salario, que recupere la confianza del ciudadano asustado.

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