Silenciosamente el Ejército ha retirado desde octubre de este año cinco bases militares instaladas en Vizcatán, en el Valle de los Ríos Apurímac-Ene (VRAE). (Óscar Castilla, “Las bases fantasmas de Vizcatán”, El Comercio, 7/12/11). Es una buena decisión. Hay que ver qué estrategia desarrollan ahora.
Un error monumental
Esas y otras bases fueron instaladas en el marco del Plan VRAE, iniciado en el 2006, y la Operación Excelencia, que empezó en el 2008. Fue una estrategia diseñada y aplicada por los mandos militares, ante la ausencia de un liderazgo civil en el Ministerio de Defensa.
A los militares no se les ocurrió otra cosa que la peregrina idea de pretender ocupar territorialmente el VRAE, una inmensa zona de ceja de selva, donde unos 200 terroristas divididos en varias columnas hacen de las suyas desde hace un cuarto de siglo.
En particular, pretendieron dominar un macizo montañoso agreste y deshabitado, Vizcatán, usado desde hace décadas por los senderistas como un refugio cuando las fuerzas del orden los persiguen.
Victoria de papel
Cuando instalaron las bases en Vizcatán, los militares hicieron un gran despliegue propagandístico, como si hubieran obtenido un triunfo ocupando el territorio enemigo. En realidad, en este tipo de guerra no se trata de ganar territorio por la sencilla razón que es imposible controlarlo.
Al crear esas bases solo les dieron blancos fáciles a los senderistas, que las han hostigado sistemáticamente, asesinando a algunos de sus ocupantes. Y, peor aún, han emboscado a las patrullas que salen de esas bases o llegan a ellas, o atacado a los helicópteros que las abastecen.
El resultado ha sido un desastre completo: unos 70 militares muertos, un helicóptero derribado y prácticamente ninguna baja en la filas senderistas.
Incluso hasta ahora, después de un rosario de derrotas, los militares siguen intentando hacer creer que su fracasada estrategia ha tenido éxito porque, dicen, han reducido el área de influencia de Sendero (Ver “Militares reducen de 162 mil a 20 mil km2 el área de influencia de Sendero en el Vrae”, La República, 12/12/11).
La verdad es que los terroristas han expandido las zonas donde actúan, llegando, por ejemplo, a lugares de la provincia cusqueña de La Convención, donde antes no operaban.
Sicarios del narcotráfico
Al iniciarse el actual gobierno las señales fueron malas. El presidente Humala les exigió a los mandos militares que “la bandera peruana ondee en el Vizcatán”, reiterando, al parecer, los errores del pasado.
Luego, el entonces ministro de Defensa Daniel Mora esbozó la nueva estrategia donde lo fundamental eran las obras de desarrollo que realizarían los batallones de ingeniería del Ejército. Las operaciones militares, decía Mora, serían un 15% del conjunto. Eso, por supuesto, es una completa necedad.
Actualmente los senderistas son básicamente sicarios del narcotráfico, con una tradición, una organización y un discurso comunista. Pero hace tiempo que la captura del poder o los objetivos políticos fueron abandonados.
La lucha contra la pobreza y la inclusión social no sirven de nada para acabar con los remanentes terroristas porque ellos ya no crecen significativamente, ya no captan nuevos combatientes. Lo que se requería en la década de 1980, al inicio de la guerra, ya no se necesita ahora.
Otro escenario
El mundo ha cambiado. En 1980, el comunismo estaba en su apogeo y era atractivo, sobre todo para los jóvenes. El país salía de una larga dictadura militar, que había removido profundamente la sociedad. La idea de una revolución por la vía armada era todavía seductora para algunos.
En el 2011 el comunismo prácticamente ha desaparecido de la faz de la tierra y a nadie le atrae la idea de internarse en una selva infernal como el VRAE para entregar la vida por ideales que ya no existen.
Por eso ya no se trata de derrotar ideológica, política y socialmente a los senderistas sino de acabar con ellos, capturarlos o abatirlos.
Es ridículo comparar el VRAE con Vietnam, donde la guerrilla que actuaba en el Sur se nutría de los miles de descontentos de esa parte y recibía el inagotable flujo de combatientes del ejército del Norte.
Acá los senderistas no tienen reemplazos. Conforme van cayendo, se van extinguiendo. De hecho, eso ha ocurrido en el Alto Huallaga, donde una eficaz labor policial casi ha desbaratado al grupo de Artemio.
Con inteligencia, tecnología y fuerzas especiales se les puede derrotar sin necesidad de seguir entregando la vida de soldados y policías. Del ejemplo colombiano también se pueden sacar enseñanzas. Raúl Reyes, el Mono Jojoy, Alfonso Cano y otros criminales de las FARC fueron abatidos sin arriesgar a las tropas.
Ojalá que el acertado retiro de las bases de Vizcatán vaya acompañado de una estrategia inteligente.
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